1982. Un grupo de amigos de El Palamó se reúne en el bar de Julio, lugar habitual de sus encuentros, un día de septiembre por esas fechas en las que se suele celebrar el Medio Año de las fiestas.
Como de esto ya hace tiempo y se trata de reconstruir el comienzo y los primeros años del grupo tomando datos de aquí y de allí, hay que recordar que aquellos muchachos eran un pequeño grupo de siete, todos ellos miembros de la comparsa Pescaors i Llauradors. Hablaban del día a día, de sus proyectos…; también de las fiestas, de la comparsa, mostrando quizá algún malestar con respecto a su funcionamiento… En fin, temas por lo demás bastante recurrentes, ya que constituían buena parte de sus preocupaciones diarias.
Probablemente en estas estaban cuando a alguno de ellos se le ocurrió proponer la posibilidad de nada menos que abandonar la comparsa y fundar una nueva. Aunque no es difícil adivinar el asombro en sus caras, lo cierto es que no echaron la idea en saco roto, ni vieron que supusiera demasiado riesgo la aventura.
Aquel día la cosa pudo quedar así. Sin embargo, sus jóvenes mentes no dejarían de valorar la atractiva propuesta de poner en marcha una nueva idea de comparsa y ser ellos mismos quienes organizaran un grupo festero y marcaran el rumbo que ellos querían determinar. No es difícil adivinar, pues, que en sucesivos encuentros este fuera el principal tema de conversación y que la inquietud por poner en marcha el proyecto les acuciara cada vez más.
De modo que pronto, y casi sin pretenderlo, como en un juego en el que hay que adivinar los detalles de algo hasta completarlo de la manera más perfecta y bella posible, comenzaron a buscar respuestas a los múltiples interrogantes que les iban surgiendo: a qué bando se incorporarían, qué nombre adoptarían, cuál sería el lugar donde se reunirían… En fin, conscientes de ello o no, habían decidido tomar un ilusionante camino sin retorno. La ilusión y las ganas de poner en marcha el proyecto ya solo podían animarles a ponerse manos a la obra y a vencer cualquier dificultad.
Apremiados por la impaciencia y por dar al grupo ya una identidad propia diferenciada, quizá pudo resultarles atractiva la figura del soldado que en la Edad Media luchaba por defender el cristianismo y sus lugares sagrados en guerra continua contra el mundo musulmán. Pudo ser esta una idea, quizá otra similar; pero también les influenció, sin duda, su origen festero, de dónde provenían. Lo cierto es que pronto tomaron la decisión de adherirse al Bando Cristiano. Y entre todas las posibilidades surgió la idea de aquellos caballeros que en el siglo XI lucharon en Tierra Santa por defender los santos lugares. Ahí estaba su referencia: los caballeros del Templo de Jerusalén. La Orden del Temple. Los Caballeros Templarios. Este sería el nombre de su comparsa.
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Era la figura de aquellos hombres que respondieron a la llamada del papa Urbano II en 1095 para llevar a los Santos Lugares la guerra santa contra los musulmanes, que habían conquistado Jerusalén y se habían asentado en el templo de Salomón. Eran monjes soldados que, bajo la dirección inicial del francés Hugo de Payns, participaron en la recuperación de Tierra Santa y en la expulsión de los musulmanes de ella. Así, en 1099 tomaron Jerusalén y formaron el Reino de Jerusalén. Pero no fue hasta 1129 cuando la orden fue sancionada y reconocida dentro de la Iglesia Católica en el trascurso del Concilio de Troyes. Comenzaron así estos caballeros de la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo del Templo de Salomón una andadura que no se prolongó mucho en el tiempo, pero que, sin embargo, fue fructífera e intensa.
Si bien es cierto que la actividad de los templarios está relacionada con las cruzadas desde sus inicios, no obstante el Mediterráneo entero tuvo que ver con su omnipresente actividad. Su relación con las monarquías occidentales fue muy frecuente. Francia en concreto sufrió el poderío económico templario y también su poderío militar y político.
Y, en efecto, fue Felipe IV el Hermoso (1268-1314) el rey francés que, ahogado por la deudas contraídas con la orden del Temple por sus antecesores y por él mismo, convenció al papa Clemente V para destruir, con las armas de la envidia y de la calumnia y mediante el brazo ejecutor de la Santa Inquisición, una labor que, no solamente abarcaba lo militar y lo político, sino también el saber y el conocimiento por ellos celosamente guardados.
Desde 1307 y a lo largo de varios años, las ciudades francesas se iluminaron con las hogueras que la Inquisición plantó como antorchas en sus calles, fabricadas con los cuerpos de aquellos caballeros. Todo conducía a la aniquilación total de la orden, con la destrucción de sus asentamientos y enseres y la eliminación de sus representantes más egregios en piras expuestas al público en espectáculo abierto frente a la fachada de Notre Dame, la catedral parisina. Así las cosas, fue muy rápida la dispersión de los miembros de la orden durante el proceso de desmantelamiento llevado a cabo por Felipe IV: de una forma u otra, las monarquías de otros países europeos tuvieron a bien acoger a los templarios exiliados y les proporcionaron cobijo con el compromiso de defensa de sus reinos.
Uno de aquellos hombres principales fue Jacques de Molay, último gran maestre de la Orden del Temple, quien, mientras el fuego le consumía, tuvo las suficientes fuerzas para acusar al papa y al rey francés y hacerles culpables de aquellos crímenes, y augurarles que, en breve plazo, seguirían su misma suerte. Corría el año 1314 y no finalizaría este antes de que ambos murieran.
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Era atractiva, sin duda, la perspectiva que se les ponía delante a aquellos jóvenes que, así, parecía que justificaban su proyecto al que, al mismo tiempo, unían las siempre presentes ganas de pasarlo bien. De ahí debía salir ahora la forma de llevarlo a cabo.
Las circunstancias del momento no estaban del todo a su favor: las parejas femeninas de los recién estrenados Caballeros Templarios aún seguían perteneciendo a la otra comparsa, lo cual resultaba, cuando menos, incómodo. Además, los ingresos que recibía la comparsa tan solo podían satisfacer sus necesidades más elementales: muchos de ellos no trabajaban...
De modo que hasta el año 1986 no pudieron desfilar con trajes completos. Eran trajes alquilados que, de alguna manera, cumplían con los requisitos, nunca normalizados pero sí admitidos, que podían esperarse en una vestimenta del bando cristiano; un espectro muy amplio y muy variado en lo referente a su factura y aspecto.
A todo esto había que añadir, como bien se puede deducir, la falta de una sede social estable: el año 1983 se utilizó el propio local de Julio, en la calle Ramiro Ledesma; el año 1984 estuvo en la calle Petrel; el año siguiente, en 1985, en la calle Postigos.
Ya durante el ejercicio 1985-86 las cosas empezaron a tener otro cariz: algún tiempo atrás las chicas ya formaban parte también de la comparsa y, durante este año, se consiguió el usufructo de un solar junto al antiguo cine de invierno, en la calle Castelar. El respiro que supusieron para la comparsa las muy favorables condiciones de uso del solar fue tan grande como el agradecimiento que siempre se le tuvo a su dueño que, de manera gratuita y desinteresada, se lo ofreció a la comparsa mientras no hubiera en perspectiva ninguna construcción.
Todavía tuvo que pasar la comparsa por otro ejercicio difícil: el ejercicio 1986-87, durante el cual los Caballeros Templarios tuvieron que pedir una excedencia en la fiesta en lo que se refiere a su participación en actos oficiales, entre ellos, cómo no, los desfiles. Lo que sucedía es que la escasez económica persistía y tampoco había suficientes miembros para afrontar los gastos que suponía su mantenimiento.
Para cuando llega el momento de detentar la primera capitanía, en el ejercicio 1988-89, las circunstancias ya han cambiado en algún sentido. Con motivo de aquel acontecimiento tan relevante se hacía necesario adecentar las instalaciones; de modo que el solar que desde años atrás tenía prestado la comparsa también vio cambiar su aspecto: se levantó un escenario, se puso una barra y, tras ella, unos fuegos para cocinar y unos fregaderos, algunas baldas a modo de alacena, un frigorífico... y también, en un lateral, unos aseos.
Asimismo, un armazón de hierro levantado en un lateral permitía, mediante unas lonas en un principio y posteriormente mediante una chapas, proteger a propios y extraños del sol o la lluvia durante el día y, claro está, también del mal tiempo, el relente y la humedad durante las largas noches de fiesta y baile. Aquello ya era otra cosa.
Así las cosas, aquel año tan importante para la comparsa el capitán del Bando Cristiano fue D. Pascual López Moya, miembro de la comparsa Caballeros Templarios; y la capitana fue Dña. Eva Sogorb Ramírez.
Fue muy bonito. Una capitanía de mucha alegría y de muy buena fiesta, que la comparsa supo transmitir al conjunto de las celebraciones que se llevaron a cabo en El Palamó ese año. Había realmente euforia no contenida en el seno de la comparsa; y esto no podía dejar de transmitirse.
Aquel parecía el momento adecuado para que el prestigio de la comparsa creciera. Lo suyo había costado. Y todos los socios eran conscientes de ello. Por ello, también parecía buen momento para ampliar el número de miembros. Se fijó entonces el número en torno a los dieciséis o dieciocho, teniendo en cuenta que también había socios a medias, cuyo número ha ido variando, ya que nunca ha estado sujeto al cupo de socios establecido inicialmente.
Los años pasan sin variaciones significativas que reseñar hasta que, en el ejercicio 1995-96, la comparsa Caballeros Templarios, siguiendo el turno estricto marcado por la Asociación de Moros y Cristianos de El Palamó, debe encargarse de nuevo de la capitanía cristiana, siendo en esta ocasión la segunda detentada por la comparsa.
Esta vez, el capitán del Bando Cristiano sería D. Juan Izquierdo García, y su esposa, Dña. María Jesús Alemany Canals, sería la capitana.
Otra novedad se añadió a la fiesta: La comparsa Caballeros Templarios tuvo también una importarte participación aquel año: a partir de ese momento toma carta e naturaleza y carácter oficial la Capitanía Infantil Cristiana, masculina y femenina, detentadas en esta primera ocasión, por el niño José Santacreu López y la niña Alba Navarro Alfocea. En lo sucesivo, todas las capitanías de la comparsa tendrían representación adulta e infantil.
Punto de partida de una experiencia nueva: la creación de una capitanía infantil hoy consolidada; puesta en marcha de un concepto nuevo de fiesta, en el que, mediante el apoyo a la participación infantil, se motiva la de los jóvenes que mañana serán adultos.
También fue positivo y satisfactorio el desarrollo de esta segunda capitanía. Su valoración, no obstante, viene marcada por una alegría más normalizada, más dentro de los márgenes que dan los años de experiencia como partícipes en la fiesta. El saber estar de la comparsa fue evidente y, por supuesto, la diversión estuvo garantizada.
Los ingresos de la comparsa provenían, al igual que sucede hoy, de las cuotas mensuales de los miembros y de la lotería primitiva semanal, que se distribuía entre familiares, amigos y conocidos de los socios. Hace ya tiempo que la lotería primitiva fue sustituida por la lotería nacional.
Pero la situación económica de la comparsa volvería a ser precaria, porque de nuevo se hacía presente la preocupación por adquirir un local y todos sabían por experiencia lo difícil que era. No había nada que hacer: el solar iba a ser cedido en fechas próximas para la construcción de un nuevo edificio, en cuyos bajos hoy se encuentra el Centro de Salud de El Palamó.
Había que desmontar todo aquel tinglado una vez acabadas las fiestas. Otra vez la comparsa se veía en la calle como en sus comienzos. Aquel año había que dedicarlo a buscar un local que sirviera momentáneamente de sede social y que no fuera muy gravoso para las arcas del grupo.
El año 1996 transcurría, pero las circunstancias de la comparsa seguían siendo las mismas. Se sucedían los intentos de buscar algún sitio donde poder reunirse, pero lo cierto era que los locales disponibles en El Palamó, por unas u otras razones, parecían no satisfacer las previsiones. De modo que la comparsa se enfrentaba al final de aquel año y a las cada vez más cercanas fiestas sin haber podido solucionar el asunto del local.
Concluyó el año y, como siempre sucede, comenzó el siguiente. Las cosas no habían cambiado ni un ápice. Tras los trasiegos propios de la lotería de Navidad y del Niño, vuelta a la rutina de la lotería semanal, que se pone en marcha de nuevo.
No tardó mucho la comparsa en salir de aquella suerte de desilusión y apatía en que estaba sumida desde hacía tiempo, motivadas por la falta de un futuro prometedor. El despertar iba a repercutir, desde luego, en la vida de todo El Palamó.
Aquel iba a ser otro momento de suerte; y, además, era un gran momento para tener suerte: el 18 de enero de 1997 la lotería nacional tuvo a bien fijarse en el número 34.624 y concederle el primer premio del sorteo de aquel sábado. La alegría fue inenarrable: no solamente la comparsa como grupo, sino cada miembro en particular y, aún más, gran parte de los palamoneros, familiares y amigos, todos ellos fieles colaboradores de la comparsa con sus participaciones semanales, se vieron recompensados.
Cabe reseñar, a modo de anécdota, que el número que trajo la suerte a El Palamó, el 34.624, era al que venía jugando la comparsa, semana tras semana, desde hacía ya más de un año. Su elección corrió a cargo del responsable de la lotería en aquel momento, el socio Juan Navarro García, quien, en un momento de perspicacia y de intuición, muy propias de su personalidad, buscó entre todos un número cuyas cifras sumaran 19: se trataba de hacerlo coincidir con el día de la celebración de San José, 19 de marzo, día mayor de las fiestas patronales. Gustó a todos en su momento la elección por lo que tenía de simpático y de acertado. Así, ese número se hizo presente en el pulso diario de la comparsa y tomó carta de naturaleza en ella. Lo demás ya lo sabemos.
La alegría era desbordante: por fin se podría adquirir un local y establecer la comparsa de forma definitiva.
Y así fue. No pasó mucho tiempo antes de que la comparsa se hiciera con un local, un bajo. Allí donde antaño se citaban aquellos siete amigos que pergeñaron y maduraron una nueva idea para una comparsa nueva; allí donde apostaron por una ilusionante aventura. Aquel bar de Julio, tiempo atrás lugar de sueños y, quizá, de desconocidas premoniciones, iba a ser, por fin, la ansiada sede social de la comparsa: calle Ramiro Ledesma; para el visitante, muy cerca de la plaza. Hoy es esta la calle de El Palmó donde más comparsas se asientan.
La alegría por la obtención del premio permitió hacer más llevadero el esfuerzo por el adecentamiento y puesta en marcha del nuevo local, que todos pensaban habría de tener carácter definitivo.
Cuando se acercaron las fiestas se inauguró el local con una celebración; todo tenía tintes muy distintos y la ilusión se hacía patente en las caras de los socios. ¡También aquel año había, pues, grandes razones para disfrutar unas grandes fiestas! Por fin, la vida de la comparsa parecía normalizarse.
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No tardaría, sin embargo, la comparsa en sufrir un nuevo revés. Durante los ejercicios 2000-2001 y 2001-2002 el entonces presidente en ejercicio (la duración del cargo de presidente y de todo su equipo es de dos años, prorrogables o no) vació las cuentas bancarias de la comparsa mediante repetidas sustracciones, haciendo uso de su firma en razón de su cargo y disponiendo, sin pudor alguno, del dinero de la comparsa en beneficio propio, mientras los socios eran desconocedores de la situación. Mientras tanto, el individuo se daba a la fuga, sin dar hasta ese momento ninguna señal de su paradero ni justificación alguna de su deshonrosa fechoría.
Debido a ello, y para saldar las deudas contraídas con los proveedores durante las últimas fiestas, todos los socios debieron apretarse el cinturón de nuevo. El golpe asestado en esta ocasión repercutió duramente en todos y en las circunstancias presentes y futuras: era indignante por tratarse de un socio, pero aún lo era más porque se trataba del mismo presidente, de una persona en la que a priori se podía confiar.
Pero aún había más: el mazazo también tuvo repercusiones, por todos presentidas aunque quizá no siempre comentadas, en el futuro cercano: de nuevo se acercaban las fechas en las que la comparsa habría de hacerse cargo de su tercera capitanía; esto sería en el ejercicio 2003-2004. El año que restaba hasta entonces sería muy duro, no solo porque suponía tener que trabajar más para hacer frente a la situación, sino porque de vez en cuando, como de soslayo y casi sin pretenderlo, salían a relucir comentarios alusivos al engaño del que la comparsa fue víctima y cuyas consecuencias se hacían sentir en esos momentos de manera palmaria. Era una herida que no acababa de cerrar.
La comparsa, sin embargo, supo sobreponerse y, cuando llegó el momento de la tercera capitanía, todo estaba listo. Los preparativos, llevados a cabo con todo el esfuerzo, obligaron a convertir las dependencias de la comparsa en un auténtico taller de trabajo manual, donde un nutrido grupo de mujeres se esmeraba en componer con sus propias manos los elementos necesarios para que las entradas de la capitanía tuvieran, al menos, una vistosidad en consonancia con la solemnidad que siempre se espera de ellas. En otro rincón del local, un grupo de socios se afanaba en poner al día algunos enseres o en pintar las paredes y los techos... Así era el ajetreo a que se vio sometida la comparsa durante los meses previos a las fiestas de aquel año. Todo ello dio como resultado una capitanía muy digna. La comparsa se sintió satisfecha de su esfuerzo, aunque resignada por no haber podido hacerlo mejor. Aquella vez elementos imprevisibles e indeseables se habían interpuesto en el camino y habían frustrado sus deseos e ilusiones.
Los capitanes cristianos fueron D. Moisés Coloma Solbes y Dña. Irene Duarte López. Los capitanes infantiles en esta ocasión fueron el niño José Antonio Sánchez Duarte y la niña Talía Planelles Fuentes.
Sin duda supieron desempeñar desde sus cargos el papel que les correspondía con prestancia y dignidad, siendo acompañados en los desfiles por un lucido boato, en el que amablemente colaboraron amigos y socios de otras comparsas (compañerismo muy habitual entre comparsas para completar los boatos en los grandes desfiles festeros) y, por supuesto, por filadas de niños y niñas, de jóvenes y de adultos de su propia comparsa. Todo ello en un clima de fiesta alegre propiciado por las bandas convenientemente emplazadas dentro del desfile.
Razones había para estar orgullosos: en apenas un año, la reacción positiva de todos había dado también frutos positivos. Y de contar con escasas posibilidades de salir airosos de esta tercera prueba, se pasó a considerar a la comparsa Caballeros Templarios un elemento querido e imprescindible en el amplio entramado de festejos de El Palamó.
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Texto: José Javier Suazo López de Gámiz
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